La noche aparece ingenua, la luna ilumina con sus destellos cada centímetro de mi piel. Estoy desnuda frente a ti. La tibieza del aire me invita a despojarme de ese enorme artificio que las personas llaman ropa.
El cielo y sus estrellas reflejan en el mar aquel dulce destello del universo. Estás como absorto, perdido en los contornos de mi cuerpo; mientras yo sacudo la arena acumulada en las hamacas. No pronuncias palabra. Sabes que no es a ti al que espero. Te alejas, buscas un lugar que esconda tu soledad. Pero lo piensas y decides volver. Sientes que aquella mujer desnuda, a la que tantas veces has hecho el amor, no te necesita hoy. Te ignora, para ella desapareciste de la playa.
Me recuesto tranquila y delicadamente, absorbiendo la calidez de la noche. Tú me contemplas, como si nunca antes me hubieses visto. Me parece que caigo en un letargo, porque mi cuerpo se relaja y no sé si estoy despierta.
En medio de esa confusión, un húmedo beso me arranca del tránsito de serenidad. Era ella, la estaba esperando. Nos miramos sin hablar y nos volvemos a besar. Es hermosa. Su cabello suelto y sus grandes ojos bajo esa luna la hacen más bella aún. Su cuerpo bien proporcionado está cubierto por una delgada tela amarrada a su cuello, por la que deja entrever sus pechos endurecidos, provocativamente marcados. Me mira y sonríe. La invito al lugar donde estoy, pero ella saca una pequeña botella de aceite y comienza a acariciarme. Empieza por mi cuello y baja hasta mis pechos. Los acaricia como nunca antes lo habían hecho. Luego va por mi vientre en movimientos circulares, hasta llegar a aquel lugar inexplorado por mi propio género. Avaricia mi sexo con mucho cuidado, completamente, sin apurarse. Yo me estremezco y busco su boca. En un beso interminable ella continúa rozando mi interior. Es increíble, ella sabe exactamente cuándo cambiar sus caricias. Separa mis labios suavemente hasta llegar a mi clítoris. Pero su boca ya no está en la mía; ahora baja y recorre todo mi sexo para luego centrarse en aquel monte bendito que me hace dar pequeños saltos de placer. Sabe lo que hace, no hay duda. Su lengua, caliente y húmeda, se dirige con total libertad, provocando espasmos continuos y enérgicos. Estoy al borde del éxtasis, pero ella me lo impide. Para violentamente y se acuesta sobre mí.
Mis manos recorren su cuerpo como si fuera el mío. Tomo sus pechos y los beso. Sus duros pezones me parecen deliciosos, y mi boca no para de saborearlos. Pero quiero llegar más allá. Ahora es mi turno. Ella es mía ese día, y no la dejaré escapar.
Su suave cuerpo queda debajo del mío. Ahora la recorro yo. La beso completamente. Sus ojos llenos de deseo me imploran que baje, y lo hago. Está completamente húmeda, así que me ocupo de borrar todo rastro de excitación. Es deliciosa, no puedo evitar perder mi lengua en aquellos recodos de su ser. Lo disfruta igual que yo, lo siento. Ya no aguantamos más, queremos llegar al éxtasis ahora. Mi boca en su sexo, la suya en el mío. Los movimientos se aceleran, los cálidos fluidos aumentan hasta mojarnos por completo. El placer es inolvidable. Ahora queremos compartir nuestros líquidos. Nos besamos fuertemente, introduciendo nuestras lenguas cada una en la boca de la otra.
Después de un rato de mutua contemplación, recuerdo que estás ahí. Te busco con la mirada y te encuentro sentado en frente, un tanto alejado. Tu mano está en tu virilidad, pero ésta ya contiene los estragos de lo que fue su esplendor. El semen en la arena, nosotras recostadas… Después de todo, la noche no era tan ingenua.